Los recientes desarrollos en la guerra submarina están generando serias preocupaciones, ya que los submarinos nucleares de EE. UU. parecen estar disminuyendo su presencia en el Atlántico. Este vacío está siendo llenado por un aumento significativo del poder submarino ruso, lo que lleva a una creciente ansiedad entre los aliados de la OTAN. Los submarinos rusos, particularmente los de clase Yasen, se encuentran ahora entre los más avanzados del mundo. Estas embarcaciones de propulsión nuclear son capaces de operar sin ser detectadas durante largos períodos, representando una amenaza significativa para las defensas atlánticas de la OTAN. La Marina de EE. UU. ha tenido problemas para rastrear estos submarinos, y la expansión de la flota rusa tanto en submarinos de ataque como en plataformas nucleares estratégicas añade urgencia a la situación.
Con la reactivación de la 2ª Flota de EE. UU. en 2018 para abordar estas crecientes amenazas, el Atlántico se está convirtiendo nuevamente en un teatro crítico para la guerra antisubmarina. La Marina Real también está siendo presionada para intervenir y llenar los vacíos dejados por la disminución del número de submarinos de EE. UU. que patrullan la región. Si bien la Marina de EE. UU. ha tomado medidas para fortalecer su posición, incluyendo la creación de nuevas fuerzas de tarea para coordinar misiones de caza submarina, está claro que la OTAN enfrenta una nueva era de guerra submarina que recuerda a la Guerra Fría.
La actividad submarina rusa ha alcanzado niveles no vistos desde entonces, y su capacidad para operar cerca de las costas atlántica y pacífica de EE. UU. está causando alarma. La amenaza estratégica está evolucionando rápidamente, empujando a EE. UU. y sus aliados a adaptarse rápidamente. La Marina Real, ya estirada, ahora debe equilibrar las limitaciones de su propia flota mientras intensifica sus esfuerzos para contrarrestar las crecientes capacidades submarinas de Rusia.