En medio del conflicto incesante en Ucrania, la Rusia del presidente Vladimir Putin está capitalizando estratégicamente el creciente tumulto en el Medio Oriente para reforzar su influencia internacional, dicen los analistas. Con los recientes ataques aéreos rusos en Siria dirigidos a infraestructura civil, las acciones de Moscú parecen contradictorias a las declaraciones de Putin que posicionan a Rusia como un mediador en la crisis Israel-Gaza. Sin embargo, los analistas sugieren que Moscú se beneficia precisamente de este nivel de volatilidad: suficiente caos para debilitar el enfoque occidental en Ucrania, sin caer en una guerra más amplia.
Este “dividendo de distracción” ha llevado a Moscú a utilizar el conflicto Israel-Gaza para criticar las políticas de EE. UU., cortejar a naciones del Sur Global y desviar la atención global de Ucrania. Los movimientos de Putin señalan una creciente alineación rusa con Irán, Hezbollah y otras facciones antioccidentales, aprovechando estas alianzas para construir una red contra la hegemonía occidental percibida. Sin embargo, Rusia camina por una línea delgada, cuidándose de no alienar a jugadores influyentes del Medio Oriente como Israel y los estados del Golfo. La postura de Moscú se detiene antes de ofrecer un apoyo militar total a los aliados de Irán, con Putin buscando un equilibrio entre influencia y riesgo.
“Putin quiere caos pero no una crisis que no pueda controlar”, dice Hanna Notte, analista principal de políticas. Si bien Rusia puede mostrar apoyo a Irán o Hezbollah, añade, la renuencia de Moscú a escalar compromisos militares revela su estrategia: explotar pero no enredar.
Aun así, cualquier escalada—particularmente involucrando a Israel e Irán—podría exponer las limitaciones de Rusia. Los analistas sugieren que la capacidad de Rusia para responder de manera significativa sería puesta a prueba si Irán enfrentara amenazas directas, mostrando los riesgos de sobreextender la influencia en una región volátil.